Había una vez, en una oficina lejana, un mundo donde las agendas vivían en armonía, hasta que un temido enemigo irrumpió en sus vidas: el Ejército de las Reuniones Incesantes. Estas reuniones, que atacaban sin aviso y sin piedad, inundaban las agendas, apilándose unas sobre otras. Los días se convertían en una sucesión interminable de charlas sin fin, y las pobres agendas, exhaustas, ya no sabían lo que era un hueco libre.
La líder de las agendas, Doña Tarea Pendiente, al borde de un colapso nervioso, decidió que algo debía cambiar. No podía permitir que su reino cayera en manos del caos eterno. Llamó a consejo a sus mejores defensores: Sir Happy Hour, Lady Biopausa, Sir Rechazo Elegante, y El Capitán Antisolapamiento.
Tras muchas discusiones (en reuniones, obviamente), las agendas decidieron que, si no podían vencer al Ejército de las Reuniones Inútiles, al menos intentarían negociar una tregua. En una cumbre histórica (en la que, curiosamente, se respetó el tiempo asignado), los líderes del ejército y las defensas de las agendas se sentaron a negociar las “Reglas de Juego”.
Primero, se estableció la Regla de Oro, proclamada por Sir Rechazo Elegante: “Antes de convocar, pregúntate: ¿realmente necesitamos una reunión?” Esta simple pregunta, aunque parecía un concepto revolucionario, tenía el poder de evitar millones de convocatorias innecesarias y sus daños colaterales.
Después, Lady Biopausa insistió, casi llorando, en que si en las agendas está marcada una reunión que termina a las 10h, que nadie convoque exactamente a esa hora a otra reunión.
Luego, El Capitán Antisolapamiento propuso la “Ley del Respeto Horario”: ninguna reunión, por muy épica que fuera, debía extenderse más allá del tiempo estipulado e insistió en que había que evitar convocar a demasiada gente, porque, “Cinco personas es un equipo, veinte es un festival.” Además, si en la reunión todos hablaban a la vez, no había tregua posible.
Pero la gran revelación vino con la Regla del Evitamiento de Desvíos. “¡Basta de tangentes!” exclamaron todos al unísono. “Si el tema es el presupuesto, no acabemos hablando del catering de la fiesta de Navidad.” Sir Happy Hour, defensor de la cordura, declaró: “Nada de debates eternos, el camino directo es siempre el mejor.”
Por cierto, dicen malas lenguas que avisaron al Sargento Timekeeper que estaba de vacaciones para que volviera a sus funciones y aunque estaba mejor en la playa, acabó aceptando su retorno.
Así, con estas nuevas reglas y un toque de humor para aliviar la tensión, se selló la tregua. El Ejército de las Reuniones accedió a cumplir con ellas, no sin alguna que otra queja (una reunión es una reunión, después de todo). Las agendas volvieron a respirar, y el caos se convirtió en un mal recuerdo, al menos hasta la próxima convocatoria…
Y aunque la paz no fue total, las agendas y las reuniones encontraron una convivencia civilizada. Y vivieron, si no felices para siempre, al menos con más tiempo para un café a media mañana. ¡Que no es poco!
Genial!! Com tot el fas, amb claus o sense 😉